La película se inspira en un episodio de la vida de Friedrich Nietzsche. A la salida de su habitación en Turín, el 3 de enero de 1889, el filósofo alemán ve un cochero golpeando con el látigo a su obstinado caballo que se rehusa a moverse. Nietzsche queda impresionado por la violencia del hombre y de su voluntad de dominar el mundo. Se precipita para contener al cochero, y sollozando abraza al caballo. El inicio de la película se enlaza a esta anécdota preguntándose cual podría haber sido el destino del animal.
El cochero con su caballo vuelven a su vivienda de campo donde lo espera su joven hija. El viento incesante atormenta sus días, que se pasan entre la monotonía y la pesadez de sus míseras existencias. Parece que los protagonistas están resignados, no sucederá nunca alguna cosa que pueda cambiar sus vidas.
Un conocido pasa por su morada y declara que la vecina ciudad está en ruinas. Denuncia que los hombres, mezquinos y astutos han corrompido el mundo con sus acciones y han envenenado la tierra. Los hombres nobles y dignos se han extinguido, sus existencias no tiene sentido en un mundo en el cual la avidez humana no conoce límites.
Un grupo de gitanos se acerca a la casa, sacan agua del pozo y quisieran llevarse a la muchacha. Representan el ansia de libertad, el deseo de fuga hacia un mundo mejor. Pero no hay esperanza y el lento deterioro de todo lo que los circunda es una especie de rebelión de la naturaleza contra la inmoralidad del hombre. El caballo deja de alimentarse, el pozo se seca, la brasa se consume, la luz del sol deja de brillar.
En realidad es una yegua que Béla Tarr encontró en una subasta de animales y que de no haberla adquirido la hubieran sacrificado, actualmente y como el director ha declarado hoy, está pastando en prados y está embarazada. En definitiva el autor quiere trasladar la antítesis de la creación es decir si de las tinieblas se creó el mundo. Nos muestra que después de la creación solo queda la nada.